La cuesta de enero es saldar deudas sin alma
mientras pierdes el crédito y obvias la entrega.
Es ver y apilar los platos sucios con calma
y recogerte la ropa... y doler la friega.
Es cargar con cojera las vigas a cargo
e ir mordiendo el polvo encarcelando la mota.
Inquisición del juicio, vergüenza en letargo,
las horas de duelo, el aprobado sin nota.
La cuesta de enero es embriagar la cordura
y empezar de cero maldiciendo la altura.
Es abrir bodegas y cerrar bien los ojos,
mirar hacia dentro, combatir los reflejos
y beberte la bruma, la niebla, el espejo,
sumando la resta de los números rojos.
La cuesta de enero es soportar al experto,
doctorado en talento, que escribe renglones
sólo a socios ramplones, lumbreras de un huerto,
nuestra pluma selecta, carroña con óles.
Y es pintar las paredes, llenarlas de acordes,
navegar a la contra y huir de la ola,
la columna y palmada, la prensa y los bordes,
y la mafia y la noria... y la gloria y la moda.
La cuesta de enero es darlo todo por nada
templando un latido malherido de espada
a golpes de acero, sudor y errante piedad.
Y es crujir de huesos, vacío si me nombras,
exilio de besos, hastío entre las sombras,
oxidar los febreros y mentir la verdad.